ISSN: 1130-2887 - e-ISSN: 2340-4396

Jon Lee Anderson (2020). Los años de la espiral. Crónicas de América Latina. 707 págs. Madrid: Sexto Piso. ISBN: 978-84-18342-06-6

La década que se inicia en 2010 y que termina en las vísperas de la pandemia es un escenario de acontecimientos que dejarán una huella indeleble en los países latinoamericanos. Es el tiempo definido por una volatilidad extrema, de ahí la metáfora de la espiral en el título de la obra, en la que los cambios registrados en los diez años inmediatamente anteriores se desvanecerán quebrando el deseo promisorio alumbrado por el socialismo del siglo XXI. Es el lapso en el que dará comienzo una etapa de democracia fatigada como consecuencia del malestar generalizado de la gente con respecto a la política y de la profunda crisis en la representación que se cebará sobre todo en los partidos políticos y en el alumbramiento de liderazgos individuales que apostarán por esquemas de concentración personal del poder.

La década que se extiende entre 2010 y 2020 será testigo de la muerte de Fidel Castro en 2016 quien, a la edad de 90 años, se había convertido en un icono al dirigir el proceso revolucionario más longevo en el continente y uno de los de más larga duración en el mundo, que se inició en 1959 y se prolonga hasta la actualidad, pero también testimoniará el deceso del delfín, Hugo Chávez, en 2013, fallecido a la edad de 59 años. E incluso también del histórico acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC en 2016.

Un periodo que vio desvanecerse los sistemas de partidos, víctimas de la corrupción y de la ineficacia, que habían sido extremadamente funcionales en términos institucionales en México y El Salvador en favor de pulsiones personalistas de hombres con muy diferentes trayectorias que imprimirán un sello distintivo al devenir político de sus países, como son Andrés Manuel López Obrador y Nayib Bukele. Es tiempo para la alternancia y para la imposibilidad de constituir proyectos de larga data como le ocurrió a Mauricio Macri y a Jair Bolsonaro, mientras que en Venezuela y en Nicaragua se consolidó la deriva autoritaria.

Diez años de corrupción galopante al calor de Odebrecht; de movilizaciones populares en las que el componente indígena tendrá un papel relevante; de consolidación de estados paralelos como consecuencia del desarrollo de prácticas delictivas en el ámbito del narcotráfico y de la minería ilegal; de violencia e inseguridad rampante; de incremento de los movimientos migratorios hasta llegar a niveles no alcanzados en los tiempos anteriores. Una época de olvido por parte de Estados Unidos y de mantenimiento del papel preponderante en el diseño de la política hacia el sur por parte del lobby cubano de Miami y de la inevitable presencia de Marco Rubio. En fin, de la afirmación de la llegada de China hasta rivalizar con aquellos en la primacía del papel de principal socio comercial e inversor.

Al igual que otros cronistas del presente, como es el caso de Michael Reid o de Martín Caparrós, Jon Lee Anderson es un testigo de esta época que describe el acontecer de manera puntual en las páginas de The New Yorker, siendo fedatario de sucesos cotidianos que marcan el devenir político. Dotado de una capacidad ejemplar para la síntesis y de una notable perspicacia a la hora de definir las claves que se encuentran detrás de los sucesos su agenda se nutre de conversaciones con un centenar de actores de primera fila y se complementa con las opiniones de la calle. El resultado es una obra que se convierte en imprescindible pues constituye un dietario acerca de los hitos más relevantes acontecidos en la región. El panorama abordado cubre de una manera u otra la práctica totalidad de los países latinoamericanos, de manera que los casos nacionales no considerados apenas si se centran en los países cuya «anormalidad» los hace ser los alumnos destacados en las clasificaciones acerca de la calidad de la democracia como son Uruguay y Costa Rica. La centralidad, por otra parte, la tienen aquellos que desde la perspectiva del público norteamericano llaman más la curiosidad. Así, Cuba, México, Venezuela y Brasil atraen con mayor intensidad la atención del autor y no dejan de estar ausentes otros como Haití, Panamá y Puerto Rico (a los que hay que añadir Colombia, Nicaragua, Argentina, Chile).

En la mayoría de los 42 capítulos recogidos, Anderson lleva a cabo una meticulosa descripción de los antecedentes, aportando una acertada visión de la evolución histórica y del contexto, e incorpora fuentes de primera mano con actores relevantes fruto de entrevistas que ha llevado a cabo. El hecho de tratarse de textos que se han ido publicando por separado a lo largo de los años lleva consigo cierta reiteración de argumentos y de circunstancias que perjudican el desarrollo de la obra como un todo. Una labor de edición que hubiera modulado estas redundancias habría dado una mayor consistencia al trabajo que constituye este libro.

No obstante esta falencia, el trabajo de Anderson es un documento fundamental acerca de una década compleja en América Latina en la que se pusieron en cuestión las tendencias que venían configurándose desde la etapa transicional y que el impacto de la pandemia inmediatamente imprimió un ritmo de cambio notorio. La perspectiva crítica y nada complaciente del autor, así como su disposición equilibrada a la hora de emitir los juicios, la minuciosidad de los datos, el análisis desde el lugar de los hechos, las entrevistas a actores clave y la frescura en torno a la descripción del acontecer en la calle hacen de este libro un compendio inestimable para hacer el seguimiento y comprender la maraña de lo sucedido en la segunda década del presente siglo en buena parte de América Latina.

Manuel Alcántara Sáez

Universidad de Salamanca